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02-11-2006 Dificultades para adquirir alimentos y ropa en el poblado El Guindo
  El poblado de “El Guindo” tenía en los años cincuenta una población de unos 800 habitantes (la compañía tenía unos 2.500 trabajadores), distribuidos en una serie de viviendas que la compañía ofrecía a sus obreros, existiendo auténticos problemas para conseguir una casa, dando lugar a que muchísimas de estas viviendas fueran compartidas por dos familias. Aquí, en este entorno minero, durante la década de los cincuenta, pasé mi infancia y juventud de la que, a pesar de todos los inconvenientes, guardo un grato recuerdo, del que me es imposible desligarme, así como gran número de amigos con los que compartí experiencias inolvidables que consolidaron una amistad que perdura hasta el momento.

El poblado, que dista unos 7 Km. de La Carolina, tenía una serie de servicios facilitados por la compañía como escuelas, iglesia, médico, guardia civil, economato y dos tiendas particulares, la de “La Pepa” y la de “Veneno”. Sin embargo estos servicios no llegaban a cubrir todas las necesidades básicas, pues en el economato y en las tiendas los artículos que había eran muy limitados (legumbres, azúcar, pan diario, aceite, vino y algunas conservas de atún). Por ello, nuestras madres debían de ir andando a La Carolina por los artículos que faltaban, principalmente pescado, carne, zapatos, telas, etc.

Los artículos que necesitaba la Compañía para sus instalaciones y para los “empleados” (capataces, vigilantes, jefes de talleres, etc), llegaban diariamente transportados en los carros de Gabriel Camacho, que más tarde los sustituyó por una pequeña camioneta. Este transporte era aprovechado por nuestras madres para que les trajera a ellas lo que habían adquirido en La Carolina, siempre y cuando en los carros y camioneta hubiese espacio. Si no era así, se mandaban en las vagonetas del cable aéreo, que iba desde la Estación de La Carolina a “La Manzana”, dónde íbamos a recoger lo que nuestras madres habían mandado. En ocasiones la llegada de esta mercancía por el cable era una auténtica odisea, ya que los problemas eléctricos eran frecuentes dando lugar muchas veces a que la mercancía llegara por la tarde, después de pasar al sol un buen número de horas, y propiciando que muchos productos estuvieran en muy malas condiciones, especialmente el pescado y la carne.

Como ya he mencionado anteriormente, el economato era el principal establecimiento del que nos surtíamos. Había uno en el mismo poblado y otro en La Carolina, que tenía más variedad de artículos. Éstos estaban limitados o racionados como consecuencia del problema del transporte. En estos economatos se podían adquirir productos de primera necesidad a granel, como legumbres, azúcar, aceite, vino, pan y algunas conservas. En el de La Carolina, también se podían comprar las típicas esparteñas, telas, especialmente azules para el hatillo, sábanas y, ya en los años sesenta, alguna ropa confeccionada.

Estos artículos se retiraban mediante una especie de cartilla de “racionamiento”. A final de mes se liquidaba, y si ésta quedaba en débito no se podía sacar nada en el mes siguiente hasta que no se saldará la deuda. Para ello, mandaban desde la oficina de La Carolina unos listados semanales con la relación de los trabajadores que estaban en débito. Solamente se podía pagar a plazos, en tres meses, la ropa. En las tiendas se compraba fiado lo que faltaba, que debería ser abonado a primero de mes con la liquidación.

Otros artículos, como la fruta, hortalizas y carne, procedían de los huertos de mayor o menor tamaño, que los obreros trabajaban fuera de su jornada; y de los cerdos, ovejas y cabras que teníamos cada familia y que alimentábamos con desperdicios y bellotas. La recogida de estos frutos las realizábamos nosotros, y muchas veces éramos sorprendidos por la guardia civil que nos quitaban los sacos para engordar sus cerdos y, si protestábamos, nos castigaba a cultivar su huerto durante una semana.

Algunas veces venían algún que otro vendedor ambulante con melones y sandías, únicos productos que no se cultivaban en este poblado.

Respecto a la carne, una parte se utilizaba para el consumo y otra era vendida a los carniceros de La Carolina (Enrique Segura), sacando un dinero extra anual que servía para ir a esa población y comprar un bidón de aceite, sacos de harina y, sobre todo, ropa y calzado para el año.

Recuerdo con gran añoranza las matanzas, que se llevaban a cabo en la mayoría de las casas, dónde todos colaboraban, un día en una casa, al siguiente en otra, y así hasta que todos teníamos nuestros embutidos. Habían dos matarifes, Atilano Lorenzo y Luis Reche, que se iban de casa en casa. Durante el día se hacían unas migas para todos los que colaborábamos y entre cantes, juegos y bailes transcurría la jornada. Todo esto me trae a la memoria toda una serie de acontecimientos, dónde casi todos los habitantes de El Guindo participábamos, como las comuniones, las navidades, Santa Bárbara, etc., que en un próximo artículo comentaré.

La puesta en funcionamiento en 1962 de un servicio de camiones para llevar a los mineros a las minas, hizo que rápidamente este poblado se quedase en unos 800 habitantes, ya que la mayoría se fueron a vivir a La Carolina, al ofrecerles el Ayuntamiento casas sociales en las que tenían prioridad los mineros. Este despoblamiento originó que se cerrase la escuela y el economato, centralizándose estos servicios en La Carolina.


José Gea Rozas, último director de explotación de Cia. Los Guindos


Vista panorámica de Los Guindos

Viviendas para mineros en el poblado Los Guindos
   
 
         
         
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